Hacía tiempo que no salía de
compras por Cañete, así es que me puse generoso, revisé mis bolsillos, conté
mis ahorros, saqué cuentas y decidí darme una vuelta por las tiendas, “mercerías”
y “despachos” de la ciudad. Siempre se ha dicho que comprar es una buena
terapia, aunque recuerdo que mis abuelos y padres lo hacían para que nosotros
no tuviéramos hambre o no pasáramos frío.
El día estaba un poco frio y por
las calles caminaba poca gente, la mayoría lo hacía enfundado en gruesas ropas,
gorros de variadas formas y llamativos colores. No tuve la ocasión de saludar a
nadie, porque nadie miraba para poder hacerlo y los más se desplazaban mirando
una de sus manos y con los dedos de la otra realizaban un extraño ritual como
dando golpecitos en ella. Otros reían solos, hacían muecas extrañas y me
llamaron la atención varios que pasaron hablando solos.
Entré en la primera tienda, tenía amplios
ventanales, la ropa estaba colgada. Qué raro, me dije, no hay mostrador. Antes,
siempre que iba a comprar donde los Jana, que tenían varias tiendas, Hermosilla
o Aguayo, uno se paraba frente al mostrador y llegaba el dependiente y
preguntaba que quería. Era extraño pero todo estaba allí, como al alcance de la
mano.
Después de deambular un rato por
el local, un poco complicado le dije a una persona que llevaba un uniforme:
- -
Sabe, busco una colcha, porque hace mucho frío y
quiero abrigarme un poco durante la noche.
La persona que me atendía me
quedó mirando un rato. Como estudiándome. Movió la cabeza de izquierda a
derecha y viceversa y pensativamente me respondió que no tenía eso en aquella
tienda.
No me quedó más que creerle; pero
me parecía extraño ya que estábamos en invierno y era como ilógico haber
olvidado una prenda tan importe. Lo curioso es que me sucedió lo mismo en cada
uno de los locales que visité, que en la ciudad no eran muchos. Tenía que
hacerme a la realidad, nadie había traído colchas.
Como soy bastante insistente fui
a una de las más lejanas y reiteré mi pedido. Debo reconocer que como en el
anterior recibí la misma insistente, escrutadora y casi grosera mirada; pero la
misma cortes respuesta. No había. Insistí. Entonces el dependiente me dijo:
- Señor, disculpe; pero no sé lo
que es una colcha.
Ahí la cara de suspenso la puse
yo. Cómo no saber lo que es una colcha, qué clase de trabajadores contratan en
una tienda. Si no saben eso qué pasa con los demás productos. Una simple
colcha.
Entonces con gran paciencia
expliqué lo que necesitaba. Una amplia sonrisa iluminó el rostro del trabajador
y me contestó que eso, él, los conocía como cobertores y que tenía muchos en gran
variedad de precios, calidad y colores.
Después de comprar uno de esos
que llaman cobertor, que no era lo que esperaba ya que el mío era de seda azul
con bordados dorados y unos largos flecos de ese mismo color, me fui a casa.
Entonces comencé a darme cuenta
que durante el tiempo que no había salido de compras algo había cambiado.
Busqué erráticamente un par de Pecos Bill, exactamente “pecos viles” como los
que acostumbraba a vestir y que llevara la carterita para la peineta “Pantera” al
costado derecho de la pierna y que servía para arreglar, cada cierto tiempo,
ese jopo rocanrolero que llevaba mi cabello y que resultaba tan atractivo para
las mujeres.
Fue curioso darme cuenta que en
ninguna parte había casacas de cuero ni tampoco pantalones “patas de elefante”
muy ajustados, como esos celestes que me acompañaron tanto tiempo con la camisa
floreada amarrada a la cintura y el pecho descubierto mostrado que era
verdaderamente un macho “pelo en pecho”. Los cinturones me resultaron delgados
y ninguno tenía una gran hebilla metálica que brillara al contacto con la luz
solar.
Lo que sí no quería era pasar por
la “barbería” y que por casualidad tocara mis cabellos muy largos que se mecían
al viento sobre la moto o para sacarlos por la ventana en la citrola o dentro
de la Kombi, la mítica furgoneta hippie en que viajamos por tantos lados, llena
de motivos que aludían a la paz y al amor libre.
Salir de compras no es una
terapia como se dice y menos una entretención, más que nada es un lío porque
nadie entiende lo que uno quiere; por ejemplo, el problema que se me produjo por
los zapatos. No había botines con tacones “tipo argentino”, que hiciera juego
con los “pata de elefante” y fue totalmente ineficiente mi búsqueda de algún
modelo que tuviera plataforma. No quiero recordar las miradas inquisidoras y
muchas veces burlonas que recibí. Claro, me dije, eso me pasa por querer ser
rebelde y mantenerme a la moda. Siempre la juventud es rechazada por la
sociedad.
También pensé en “cacharpearme”,
por lo que decidí darme a la tarea de buscar una camisa “wash and wear” que en
español es algo así como “lava y pon” o sea, no hay que plancharla, siempre me
han gustado mucho por esa particularidad. Obviamente no me gusta planchar. Recuerdo
que hasta en Concepción busqué. Y nada. Qué pasa con los negocios, ya no traen
nada a gusto de los clientes. Todo está mal. Tampoco encontré “zapatos de
charol”, ni con “medialunas” en el taco.
En esta salida de compras esperaba
llevar de todo para la casa; pero, lo
estaba pasando mal y como había caminado tanto y estaba un poco transpirado
decidí comprar desodorante, el que siempre me ha gustado: “Dolly Pen” en barra.
Ya sentía en mi nariz, esa novedosa
mezcla de su aroma entre perfume y alcohol y el dolorcito en el “sobaco” al
pasarlo por allí.
Aunque respecto del desodorante,
después comencé a usar “Ego” ese que cambiará tu vida, como decía la
publicidad. Para variar me fue imposible encontrar, ni Dolly Pen ni Ego.
A esa hora ya sentía un terrible dolor de
cabeza, porque nada de lo que quería comprar había las tiendas, mercerías y
almacenes del pueblo. Para calmar la enfermedad se me ocurrió comprar un
Geniol, un simple Geniol ese mismo que en su publicidad mostraba la cabeza de una
persona atravesada por un “alfiler de gancho”. Me quedé con la enfermedad,
porque tampoco encontré “Alivioles” ni “Mejorales” ni siquiera una “Criogenina
Linier”, aunque algunas “Obleas chinas”, pero esas son para el resfriado.
Demás está decir que no se me
ocurrió preguntar si había “Si Café”, de la fábrica Tres Montes y por el cual
la señora Dina recorrió el mundo en 80 días, hojas de afeitar Gillette de las
rojas, tallarines sueltos, aceite en tambor, o simplemente tomarme una “Pilsen”
para apagar un poco la sed mientras jugaba al yo-yo. Por cada producto que preguntaba
veía una sonrisa burlona en el rostro de quienes atendían. Aunque siempre
amables. Me da la impresión que estoy pasando por “pánfilo”.
De pronto me
renacieron unas tremendas ganas de fumar, hacía tiempo que había dejado de hacerlo,
recordaba aún esos cigarros fabricados con tabaco “Ánfora” que daban un
tremendo aroma mientras su humo se
deslizaba por mi garganta.
Ahora existen
cigarrillos de fábrica por lo que no había que estar haciéndolos. Desilusión.
No encontré ni Premiere, esos con boquilla ambré ni Opera y tampoco Ideal, de
los Liberty ni que hablar, los Monza, ausentes totales o esos que fumabamos en
las salitreras como: La Belleza, Americanos, Garibaldi, Vencedores, El Negro,
Especiales Joutard, La Favorita, Cigarros Faro, El Buen Roto, Ganga, La Llapa,
Compadre, Populares, Napoleón o bien Los Jockey Club y el Derby, en paquetes de
14 cigarrillos. Cuyanito o los Mapocho,
los Tacna, el Monarch, la Flor de la Cabaña y el Cairo, nada de eso.
Frente a
esta falencia de productos en el comercio local, se me viene a la memoria que
podría ir a Concepción a comprar ya que he escuchado en radio Almirante Latorre
CC-82 de la frecuencia AM o el Carbón de Lota AM, que en la tienda “Donde golpea el monito” hay
de todo y los precios son muy ventajosos. Así es que voy a averiguar a que hora
salen para allá las “góndolas” de los Benitez, o me voy hasta Curanilahue en
algún camión que me lleve y desde allí tomo el tren y en unas cuatro o cinco
horas estoy atravesando el Bío Bio.
Cansado, me
senté en un banco de la plaza de armas, quería tomarme una foto, miré hacia el
sector del kiosco y me dí cuenta que no estaba allí don Timoteo Salazar, con su
cámara de cajón y su infaltable sillón de mimbre. Otra opción era el fotógrafo
Moreno; pero estaba demasiado lejos, aunque podría, de haberlo traido, pasado
con mi sombrero de huaso, por la sombrerería de Valderrama, la misma que estaba
frente a la pensión El Coloso.
Como el tiempo
estaba un poco helado, pensé que podría pasar por la Botica Viveros, esa misma
donde me compraban “aceite de bacalao”, para que me hiciera un tónico para la
tos, el mismo que tomaba cuando niño y que llamaban “poción” y que don Paulino,
preparaba con su propia receta y así no “cotiparme”. Claro está que no pude
encontrar la botica y nadie sabía donde estaba. No era día para compras. Mal,
muy mal todo y eso que no hacía tanto tiempo que no salía a recorrer tiendas y almacenes.
Me aburrí de
tratar de tratar de comprar cosas, mejor voy a “conchavar” algunas con los
conocidos y me ahorro todas estas desiluciones porque nada de lo que quiero
está en el comercio. Si para un hombre es dificil comprar cómo será para una
mujer cuando busca polleras, enaguas, calzones, sostenes, perfumes como “Flor
de espino”, zapatos taco aguja y falda lápiz, crema Lanobell (con lanolina) o
Pond, esa que usan nueve de cada 10 estrellas, polvos Harem o la mujer mapuche
cuando necesita “Carmín” o “Solimán” para su belleza.
Mejor me
pongo mi “paletó” y la “charlina”, me voy al “biografo”, allí debe haber programado
algo de Libertad Lamarque, Tin Tan, Tarzán, Antonio Aguilar u otro éxito del
momento y me preparo para tener el fin de semana la mejor “Grapa” con una
deliciosa Free Cola y hacerme el convidado a cualquier “malón”.
De compras
no quiero saber nada más, guardaré las “chauchas” ya que volví con la “pilgua”
vacía.
Que pena no haber estado en esas tiendas cuando fue de compras,
ResponderEliminarse perfectamente lo que buscaba, hermosas fotografías, evidencian
el tiempo del "Pecos viles", también entiendo "Donde golpea el monito" mi padre encargaba sus gorras ahí, que vocabulario más exquisito para contextualizar esa lindo período de la vida.-