lunes, 18 de junio de 2018

DÍA DEL PROFESOR

El día 16 de octubre, indica el calendario escolar, se celebra el Día del Profesor, momento en que con nuestros colegas haremos un alto en la actividad educacional diaria y nos olvidaremos por un rato de planes, programas, planificaciones, toques de timbre, supervisiones del director, quejas de la UTP, evaluaciones y saldremos hacia alguna parte a disfrutar de un almuerzo, una cena o paseo.



Eso es hoy. Pero qué recuerdos, enseñanzas e imágenes dejaron en nuestras vidas aquellos docentes que nos formaron. En lo personal, es lo que pretendo recordar en estas líneas.

MI NIÑEZ
Tenía cinco o seis años, cuando junto a mis abuelos Francisco y Hortensia y mi tío Domingo, llegamos a vivir en los pabellones de Santa Clara, que era tres viviendas pareadas construidas tras el terremoto de 1960 para recibir a familias damnificadas. Los Martínez Ramírez, Vidal Aguayo, Villarroel Torres, Leal Peralta eran mis vecinos. La otra familia realmente no la recuerdo porque vivió poco tiempo y no alcanzamos a confraternizar mucho, después vino un carabinero y su esposa que fue trasladado a las minas El Teniente y posteriormente los Sandoval Riffo de los que nos separaba un pasillo que se dividió al momento de hacer los cercos.

De inmediato, y tema que nunca había escuchado, mis vecinos, que eran todos mayores, comenzaron a hablar de tareas, clases, profesores, escuelas y recreos. Curiosamente está última fue la palabra que más me gustó y comencé a pensar que se haría en ese tiempo. Imaginaciones que todavía recuerdo y que distaban mucho de lo que en realidad eran.

Estas conversaciones hicieron que comenzara a inquietarme en un momento, porque todos iban a la escuela y yo quedaba solo en el barrio y no tenía con quien jugar ya que éramos, entonces, el sector más lejano del centro de la ciudad (o del pueblo) o sea la periferia.

El tránsito vehicular era ingresando por lo que hoy es Eduardo Frei, que en ese tiempo se llamaba pomposamente “salida a Concepción”, hasta Mariqueo con Uribe y desde allí al centro por esta última calle y doblando por Villagrán para llegar al centro, la misma entrada y salida. Claro, para cuatro vehículos que había la señalización no existía y cada uno andaba por donde quería, hasta las aceras eran escasas, calle Tucapel era un lodazal (aunque a mí me gustaba irme por allí y doblar en Mariñan hasta Uribe).

INTERÉS POR LA ESCUELA
Bueno, el tema es que me comenzó a llamar la atención lo de la escuela, por ese año, 1962, se ingresaba a primer año con siete años cumplidos, como nací en octubre “ni a cañonazos” tenía la edad en el momento que quería entrar a clases. Igual y ante la insistencia mía, mi abuela Hortensia Arriagada Torres, conmina a mi padre a que vaya a conversar a la escuela Leoncio Araneda Figueroa (la misma donde estudió el Presidente Juan Antonio Rios Morales y también mi papá) y que en ese tiempo era conocida con la “Escuela 1”, a ver si me dejaban ingresar con menor edad.

Un día que no recuerdo, certificado de nacimiento en mano, nos las enfilamos hacia el colegio. A mi padre no le gustaban los trámites ni las oficinas, por lo que me hizo ingresar solo a la sala de matrículas y yo con seis años a cuestas entablé el dialogo con un profesor y salí matriculado.

Antes de eso, obviamente la consulta que me hacía durante el camino, era ¿cómo y qué era la escuela? Todo quedó dilucidado al ver el edificio, ese mismo que fue inaugurado en la década del 40 por el propio Ríos Morales. Recordemos que la escuela de hombres anteriormente estuvo en el sitio que actualmente ocupa la ex cárcel de Cañete, actualmente el Departamento de Educación y Orquesta Sinfónica de Cañete.

INGRESO A LA ESCUELA
Está claro que con mis seis años ingreso a la sala de matrículas que era la antigua sala de profesores, lado norte del acceso principal, colindante con la oficina del Director, esa misma donde una vez me llamara severamente la atención el director don Enrique Matamala Gutiérrez, el mismo a quien realicé mi primera entrevista periodística en un trabajo escolar en 1969 solicitado por la profesora Sara Martínez Ramírez. Allí muestro mi papel de nacimiento y el profesor que matriculaba me pregunta ¿Y qué edad tienes? – Yo presto y como se me había aleccionado respondo que siete años (en realidad solo tenía seis) ¿Cómo se llama tu papá?, luego ¿Cómo se llama tu mamá? Y la última pregunta ¿Con quién andas? A lo que respondo que con mi padre que estaba afuera. Entonces, el docente, me indica que le diga a mi padre que debo volver a clases los primeros días de marzo del año siguiente. Hasta el día de hoy no me explico por qué no pidió la presencia de un mayor.

Sin duda que ese verano, todo fue diferente. Me devoraba el interés de poder conversar lo mismo que mis vecinos más grandes. Posiblemente caminar juntos a la escuela. Cosa que nunca sucedió ya que los más grandes iban en la mañana y los pequeños lo hacíamos en la tarde. Por lo tanto una vez iniciado el año escolar igual quedaba solo en la mañana y en la tarde debía caminar a clases.

INICIO DE CLASES
Mi abuelo, Francisco Flores Neira (en realidad José Francisco Flores Neira) fue el encargado de llevarme de la mano a mi primer día de escuela, me dejó en el acceso principal de la Escuela Nº 1 Superior de Hombres, que me aprisionaría entre sus murallas los próximos ocho años y desde donde saldría con las bases para enfrentar desafíos superiores. Recuerdo que nos formaron en el patio, que en ese tiempo solo era de arena y desde un pequeño escenario un profesor nos habló cosas que no recuerdo.

No podía imaginarme que allí recién comenzaba la aventura, ese día nuestro curso no tenía profesor definitivo por LO QUE nos correspondió un par de semanas ser atendidos por la profesora Srta. Eliana Beltrán, posteriormente el Sr Medrano y su violín y finalmente una profesora recién llegada que luego de ser presentada dijo una frase inmortal “¡qué curso más lindo, por esto le llamaré primer año A, que es la primera letra del abecedario y las vocales!”, era Norma Cartes Cárdenas, quien sería mi maestra durante cuatro años.

NORMA CARTES CÁRDENAS
Norma Cartes, tenía una interesante rutina de trabajo, donde se mezclaba la ternura, la dureza y la eficiencia. Sin saber cómo nos involucraba en el proceso y nos obligaba a estudiar. Diariamente, unos 15 minutos antes del cierre de la jornada de clases nos relataba, invariablemente, un cuento. El problema para pesar nuestro era que solo nos relataba una parte y al día siguiente continuaba y así durante muchos días, hasta que el cuento no daba para más y debía ponerle fin y cambiar a otro. Eso nos obligaba a no faltar a clases.

Hay que tener presente que en ese tiempo no había televisión, escuchábamos dificultosamente “Fortachín, Florita y Valiente” a través radio El Carbón de Lota y por la noche, algunos privilegiados La Tercera Oreja, El Doctor Mortis o el Gran Radioteatro de la Historia.
Allí conocí diversos profesores, en cuarto muy a nuestro pesar nos dejó la Srta. Norma y vinieron otros profesores como Aquiles Fuentes González, quien en séptimo u octavo me guio en la lectura y recitación. Fue mi ídolo durante muchos años tras esas impresionantes locuciones en actos públicos y desfiles dieciocheros y que en Cañete aún no tienen sucesor. Claro está que me dio con la “pedagogía oculta” cuando no podía reverdecer los laureles en rendimiento que, personalmente, traía de la profesora anterior.

Sin duda que el profesor Fuentes, fue para mí un aporte en lectura. Por aquellos años nació su hijo mayor, según recuerdo; entonces nos pareció curioso y llamativo su nombre, Jean Carlos.
Entre lo anecdótico con el Sr. Fuentes, estuvo que: nosotros siempre llegábamos con los zapatos llenos de barro; por lo que una vez trajo una escobilla de lavar ropa, nos llevó al patio y metiendo su zapato en uno de los cuatro pilones que allí había lo restregó con el implemento. Posteriormente tuvimos que hacerlo nosotros. Desde entonces disminuyó el barro en la sala. Lo otro fue su particular estilo de letra, que hoy sería cursiva, imprenta.

Posteriormente a don Aquiles, tuvimos una profesora Amanda Quiroga, de la que todos mis compañeros estaban enamorados. Por aquellos años y cuando todos pensábamos en emigrar al Liceo de Hombres, vino la reforma educacional de Eduardo Frei Montalva, que extendía la Educación Primaria a séptimo y octavo y se pasaba a llamar Educación Básica, allí conocimos a varios profesores más.

EDUCACIÓN BÁSICA
Esta etapa es bastante interesante, porque ya no éramos tan niños, las sensaciones y las emociones eran diferentes, además que alternaríamos con varios profesores dejando atrás esa sensación de pertenencia y paternidad que aún existe en primer ciclo. No recuerdo todos los docentes de esa época; pero, no puedo dejar de recordar a Valentín Rocha Molina, que dejó una huella imborrable por la forma en que enfocaba la historia, creo que nunca me esmeré tanto en estudiar y realizar mis trabajos. Agradecimientos que aparecían intensos en los años que me correspondió impartir esta misma asignatura en la escuela Pablo Neruda de Curanilahue.

Imborrables los recuerdos de Luis Faúndez Roa, que además de ser un empedernido revolucionario (tema que nunca tocó en la sala de clases) nos extasiaba con su poesía (exactamente un matemático poeta).

LUIS FAÚNDEZ ROA
Traía sus clases en pequeños rectángulos de cartón en el interior de su billetera y que sacaba apenas llegaba, nunca nos llenó el pizarrón de ejercicios; parte de su tiempo era dedicado a hablar de poesía. Recuerdo una frase muy suya: “Anoche soné que estaba despierto, y cuando desperté, resulta que estaba durmiendo” o cuando escribió un poema de amor con nombre de mujer, diferente al de su esposa, y explicó que esa obra ella “nunca la conocería”. Lamentablemente las circunstancias políticas se lo llevaron y le perdí la huella por cuarenta años. Hoy entiendo que reside por el sector de San Fernando, donde he visto en las noticias que, seguramente ya jubilado, sigue cultivando apasionadamente su lado poético y de escritor en diversas muestra literarias donde ha sido premiado.

RAÚL DURAN FIERRO
Sin dudas que una pérdida para nosotros, temporalmente fue don Raúl Durán Fierro, profesor jefe, cuando se nos informó que ya no impartiría más clases regulares pues se iba a estudiar para “Orientador”, creo que fue el primero en la comuna. Interesantes clases de Ciencias Naturales, recuerdo con insistencia sus experimentos con un líquido llamado “Lugol”. Algunos creativos del curso llegaron a llamarlo así. (Por supuesto que yo no). Curiosamente había sido profesor de mis primos Humberto y Carlos Flores.

Capítulo aparte merece la profesora de Castellano Sara Martínez Ramírez, interesantes y motivadoras clases, más aún cuando me nomina en un grupo de alumnos que eran candidatos a la competencia comunal de recitación en la Semana del Niño el año 1969, donde finalmente quedo seleccionado, participo y gano el comunal, teniendo como premio mayor, recitar el poema en la radio Millaray que pocas semanas antes se había instalado en la ciudad y era el boom del momento, allí el locutor capitalino Ángel Sepúlveda que dijo que tenía buena voz y podría tener futuro en la radio (la verdad es que estaba equivocado); pero, me marcó para siempre el destino, todo por un poema dado por mi profesora. Hasta hoy ha sido muy difícil separarme de las comunicaciones.

Creo que el poema recitado, que solo era una fragmento, marcó mi vida, primera las comunicaciones radiales en las que no fui un triunfador; pero me sirvieron para mostrarme a los demás, progresar en la vida, poder salir del anonimato y de esa pobreza franciscana que tenía mi familia

Es así, los profesores dejan recuerdos imborrables. Aparecen nítidos siempre: Hipólito Palacios que me hizo clases muy pocas veces; pero, debí seguir sus instrucciones pre desfile donde “levante la cabeza” “izquierda, tan tan, izquierda, tan tan, izquierda, izquierda izquierda” y otras frases eran sus instrucciones.

Manlio Navarrete que me visitó una vez en Curanilahue por temas periodísticos y que junto a Palacios llevó el movimiento scout a niveles muy altos, nunca me hizo clases.

BLANCA CARRILLO
Blanca Carrillo y las matemáticas. Me resulta innegable que con ella aprendí todos los secretos de la teoría de conjuntos que por esa época recién se comenzaba a usar en básica. Su aporte me acompaña hasta el día de hoy, a pesar de no ser un gran amigo de los secretos pitagóricos. Tenía un carisma increíble para llegar a nosotros.

No puedo dejar de mencionar como los aportes más simpáticos y entretenidos a don Pedro Castillo, creo que me hizo clases de Educación Física, lo he visto un par de veces en Huillincó.

Recuerdo como “si fuera hoy” la llegada a la escuela Nº 1 de Miyo Silva, ex concejal y ex director de la escuela de Cayucupil y quien fuera mi profesor jefe en el Instituto Comercial. Gran jugador de fútbol del club Juventud Unida. Inolvidable para mi esa ocasión; porque uno de mis compañeros de curso, bastante pasadito de confianza y que lo conocía de fuera de la escuela se le acerca y muy familiarmente lo tira de la chaqueta y le dice “Hola Miyo”. Esa época, donde a los profesores se les hablaba de un metro de distancia y con la mirada hacia el suelo, entenderán ustedes cual fue la reacción de mi colega. Nosotros nos reímos para calladito con mis compañeros. Ese estudiante se fue a Santiago y nunca más hemos sabido de él, se llama igual que yo: Luis.

Claro mi colega Silva, tiene un pecado, no nos acompañó en nuestro paseo final de curso, cuando estábamos en el Instituto Comercial. Se salvó, ese día llovió torrencialmente en Playa Blanca en el lago Lanalhue.

GREGORIO MONEDERO
Clases de religión nos hacía el párroco Gregorio Monedero, un español que llegó a Cañete y nunca más volvió a salir, solo una vez fue a España y al regreso dijo que ya no le quedaban parientes y se olvidó de su tierra natal. Había un compañero que le jugaba bromas muy especiales, como le gustaba usar una boina, éste se la llenaba de tiza molida y cuando el sacerdote se colocaba su implemento, la cabeza y el rostro le quedaban llenos de tiza blanca. Risa general y enojo del cura. Ese compañero de curso es, actualmente, una importante autoridad en una comuna minera.

Entre lo anecdótico y que comprendí cincuenta años más tarde, fue el primer reencuentro de compañeros de curso de nuestro amigo, hoy radicado en Brasil, Eduardo Sáez Maldonado y Don Raúl Durán. Nosotros, en la formación, nos mirábamos con cara de signo de interrogación cuando de pronto a la hora del ingreso se instala un grupo de adultos a la izquierda de todos los alumnos (la formación venía ascendiendo por cursos en esa dirección o sea el primero estaba a la derecha). Sube don Raúl al escenario y comienza a pasar lista; los adultos decían presente a medida que los mencionaban. Después de eso, pasaron a “su” sala y nosotros a las nuestras. Hoy entiendo cuál era el motivo.

A todo esto, muy pocas veces pude participar en conversaciones y juegos con mis vecinos mayores ya que nunca coincidimos en las jornadas, ya que la JEC no existía. Pero, compartíamos jugando al trompo en esas interminable “saca troyas”, “los tres hoyitos”, “al clavo”, “montoncito”, las mujeres por su parte, jugaban “al lazo”, “la payaya”, “la casineta”, “el luche”, “la ronda” y cuando mejor lo pasábamos era cuando todos, hombres y mujeres, jugábamos a la escondida o al paco pillo. Como éramos pocos, costaba jugar fútbol.

En todo ese tiempo la población fue creciendo a los pabellones Santa Clara, en el gobierno de Eduardo Frei, se instaló la población del mismo nombre con sus dos pasajes, hoy quedan pocos habitantes originales en ella. También apareció la Ignacio Hurtado, formada por trabajadores de esa empresa que construían el camino hacia Contulmo y fueron desapareciendo nuestros sitios de juegos, hasta hoy en que la población pronto llegará a la, entonces, lejana Escuela Granja.
Recuerdos todos estos que me llegan al acercarse el Día del Profesor, momento en que quisiera recordarlos a todos, ya que cual más cual menos me entregó alguna herramienta para el crecimiento de mi vida, que en alguna etapa fue tortuosa y sin destino; pero que merced a ellos he logrado levantarme.

INSTITUTO COMERCIAL
En el Instituto Comercial y el Liceo, en mi etapa juvenil, también hubo buenos aportes, desde Alicia Campos Fernández, la Directora del Instituto que hace algunos años me dijo que se alegraba mucho que fuera profesor, porque de esa forma pagaba lo que la había hecho sufrir a ella. Recordando mis tiempos de dirigente estudiantil con muchas tomas de colegio y huelgas. En realidad en la época estaba de moda. Ana María Fierro, sin duda que fue muy exigente conmigo y siempre me pedía esfuerzos superiores a los demás y que en ese momento no entendí; sin embargo la vida me ha encargado agradecer. Me tenía confianza.

También está Victoria “Toyita” Correa Díaz, quien me entregó interesantes herramientas en Redacción Comercial y Dactilografía, además de tener una didáctica muy especial para enseñar a pesar de no tener, en ese tiempo, formación pedagógica; y que conoció tanto mi estilo de escribir que varios años después le hice un trabajo a un alumno del mismo colegio y la “Toyita”, al momento de revisarlo le dijo, “este trabajo lo hizo Luis Flores”. Eso era conocer sus alumnos. Entiendo que posteriormente se tituló de profesora de Ciencias Naturales. Don Homero Carrasco, me enseñó contabilidad y aunque nunca me titulé de contador, me ha servido en la vida. Claro que cuando requiero de temas contables, recurro siempre a uno egresado de ese Instituto.

El 1972 comienzo a entender que debo apartar un poco mis ojos de libros, tareas y luchas estudiantiles, para ver otras realidades entre ellas el amor. Una mirada celeste y un cabello amarillo llaman mi atención, aunque la ilusión duró menos que un rayo de luz en tormenta de invierno y de nuevo a la realidad.

El Instituto Comercial, inexistente en la actualidad, fue creado por don José de la Cruz Miranda y funcionaba a pocos metros de donde está el Terminal Jota Ewert, entregó muchos profesionales de alto nivel a la administración pública. Mi abuela me matriculó allí por dos aspectos, deseaba que su nieto fuera oficinista y mi tío Domingo, era el auxiliar del colegio.

En 1970 nos trasladamos al actual edificio del Liceo y ocupamos el primer pabellón y una sala del segundo piso del segundo pabellón. Allí estudié hasta tercer año medio, especialidad Contadores. El 1973 viajé a Angol a seguir estudios, internado, abandonando ambos ese mismo año sin cristalizar el sueño de mi abuela Hortensia. Como castigo me mandaron a trabajar de obrero en la Empresa Ingas que construía el camino Los Álamos – Lebu.

En 1974, tras la poco entretenida experiencia en el terreno laboral ingreso al Liceo de Hombres de Cañete, donde aparece nítido el recuerdo de mi profesora jefa y de Idioma, Eliana Oñate Cabrera, me sorprendió, porque a pesar que solo compartimos un año y no vernos desde ese mismo 1974, tiene claros recuerdos del curso y de cada uno de nosotros si hasta me envió fotos mías de la licenciatura y desde ese momento mantenemos contacto esporádico a través de Facebook.

HOY
Ahora (lunes 02 de octubre) en estoy repasando esta historia ocupo el cargo de Director de la Escuela José Ulloa Fierro en la comuna de Los Álamos y obviamente pensando junto a los colegas del establecimiento que haremos para la celebración de nuestro día, el próximo 16 de octubre.

En esta ocasión y siempre, en la que no puedo dejar de recordar a quienes aportaron a mi formación como persona; esa misma persona que en su juventud tuvo vivencias terribles producto de la inexperiencia. Tras 35 años en la actividad educacional, primero como Asistente de la Educación, posteriormente como Docente de aula titulado en la Universidad Arturo Prat en 2012 como Directivo en la Escuela San José de Colico en Curanilahue y actualmente en la Escuela José Ulloa Fierro en la comuna de Los Álamos, tras participar en un Concurso de alta dirección pública no puedo dejar de reconocer que ninguna profesión, más que el profesor, es capaz de dejar una huella imborrable en la vida del ser humano, por lo que resulta innegable que “un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede predecir dónde acabará su influencia” y lo digo yo, que muchas veces me vi haciendo clases como Norma Cartes Cárdenas, mi profesora de primaria, como Valentín Rocha o enseñando a leer y recitar como lo hizo Aquiles Fuentes.

Felicidades colegas y a seguir trabajando aunque ya sabemos que ni los hombres ni la historia lo reconocerán. Solo algunas de las almas y conciencias formadas.
A seguir trabajando, que en el futuro podremos ver el patio de nuestro establecimiento adornado con nuestras estatuas.

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